La muerte de una revolución

Hay cementerios solos,
tumbas llenas de huesos sin sonido,
el corazón pasando un túnel
oscuro, oscuro, oscuro,
como un naufragio 
hacia adentro nos morimos,
como ahogarnos en el corazón,
como irnos cayendo
 desde la piel del alma.

Sólo la muerte, Pablo Neruda.

¡Buenas! Después de este parón, vuelvo a retomar el blog con muchas ganas. Vengo a hablar del tema de la actualidad: la muerte de Fidel Castro. Ahora que Fidel Castro ha muerto, la discusión arrecia y el balance es cruel. A los 90 años y a casi 60 de aquella revolución, Fidel Castro murió no sólo no devolviendo las libertades prometidas sino que confiscó todos los derechos entonces vigentes. Desparramó la hambruna. Esclavizó a una población entera. Promovió la guerrilla y el terrorismo por varios continentes y jamás brindó las declamadas elecciones libres. En resumen:

Quiso crear una sociedad "revolucionaria", capaz de valerse por sí misma.
Pero hizo lo contrario: creó una en la que confió tan poco que nunca le permitió gobernarse.

Muchos insisten en que fue líder y modelo de tantos movimientos latinoamericanos.
Pero evitan aclarar que fueron, todos ellos, carísimos fracasos.

Otros subrayan que el régimen de Castro consiguió salud y educación para todos sus súbditos.
Pero también es verdad que hoy en Cuba hay una clase que disfruta de los bienes que los demás no tienen.

Dictador calavera para muchos, último revolucionario del siglo XX para sus admiradores en el Tercer Mundo, desde hacía tiempo Castro no participaba en las decisiones de gobierno, aunque por su carácter de símbolo hasta el último hilo de vida influyó en el rumbo político del régimen cubano y marcó la línea roja que no debía cruzarse. 

Ahora ya no existe. Y esta vez sí es de verdad.